En el nombre del Padre.

 



El jet pontificio aterriza en el aeropuerto Internacional Ben Gurión de Tel Aviv ya que el de Jerusalén permanece cerrado desde hace décadas. Una limusina blindada le espera a pie de pista, una fuerte escolta militar junto a miembros del servicio secreto isrealí en potentes todoterrenos artillados serán su sombra en tanto permanezca en territorio judío. De inmediato la caravana pone rumbo hacia Jerusalén tomando la autopista 1; los treinta y cinco kilómetros que separan el aeropuerto con su destino le dan tiempo al Papa a ordenar sus pensamientos y orar para sus adentros.


La caravana rodea Jerusalén por la autopista hasta llegar al otro extremo en la rotonda de acceso a la calle Al-Hardub en la zona árabe, los vehículos precedidos por dos todoterrenos militares con ametralladoras de combate montadas en el techo se adentran en la larga calle, continúan por Suleiman el-Farsi street y Rub'a el-Adawiya street que se suceden una a otra sin cambiar de dirección. Al final de ésta última giran a la izquierda y enfilan E-Sheikh street calle que bordea al pie del famoso monte donde un hombre, tal vez enviado por Dios espera a otro hombre, sucesor de sus sucesores.


Los vehículos se detienen apenas han avanzado unos metros por la calle, lo hacen ante la Iglesia del Padre Nuestro. Su Santidad se apea de la limusina y acompañado de dos miembros de la Guardia Suiza con trajes y gafas negras, sube los gastados peldaños de la vieja Iglesia, los guardias se paran y él solo accede a un patio rodeado por un pasillo cubierto y lleno de arcos, con sus paredes llenas de inscripciones del catolicismo. Al pie de una vieja palmera ubicada en una de las esquinas lo ve por primera vez, está de espaldas y arrodillado en aptitud de rezo. Llega a su altura y con delicadeza Judas se arrodilla a su vera. Amado mío ya estás de nuevo a mi lado, espero que esos que te acompañan no vengan a detenerme otra vez.


Al pontífice Judas I aquellas palabras no le parecen del todo adecuadas, en cualquier caso si ese hombre era el que decía ser y sus sueños eran un aviso divino, tal vez el Hijo del Padre tenga un humor muy especial. El hombre se levantó ayudando a Judas a hacer lo propio, con sus casi dos metros de altura su cabeza queda por encima de la coronilla de Judas. Perdona la broma mi amado Judas, pero a pesar de que tu antecesor fuera mi más querido discípulo, recuerda que fue precisamente aquí donde tuvo la ocurrencia, orquestada eso sí por el de arriba, dijo señalando con el pulgar a los cielos, de entregarme a los que me mandarían con el Padre. Bueno, concluye poniendo sus grandes y firmes manos sobre los hombros de Judas al que encara, tenemos un trabajo que hacer, ¿no pensarás que he vuelto solo para hacer chistes y gracietas?.


En los días siguientes Jesús, el nazareno, vuela a Roma y se extasiará de la inmensa riqueza de los templos y las inacabables cuentas vaticanas. Jesús llorará amargamente por los marmóreos pasillos de la opulencia de sus sucesores, se escapará y deambulará como un turista por las calles de la ciudad eterna que ahora se haya envuelta en saqueos, asaltos y duras confrontaciones entre policías y ciudadanos. El ejército tiene montado controles en toda la ciudad pero cuando el Hijo del Padre se acerca a ellos, una oscuridad impenetrable le rodea y los soldados no atisban a ver nada. Los guardias suízos le buscan por todas partes sin resultado.


Hasta que alguien da la voz de alarma, está ocurriendo una concentración de gente en el Coliseo. Jesús a escalado a una de las zonas altas del monumento romano, que el no vió en vida, y desde allí está dirigiéndose a la multitud que poco a poco ha ido llenando todos los espacios disponibles. Les habla del Fin de los Días, de la llegada del Juício Final, de que han de prepararse para encontrarse con el Padre, dice que pronto el quebranto y el llanto será para los impíos, los ricos y los que se creían poderosos, que las espadas de los ángeles vengadores ya han sido desenfundadas y que muy pronto arrojarán a los malvados a las brasas del averno donde no habrá clemencia solo dolor y eternidad.

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