El mundo en llamas.

 



Marzo de 2048, en China el día uno el Presidente de la Corporación Empresarial de Asia, emporio industrial que agrupa al noventa por ciento de las empresas industriales de China y cerca del 50 por ciento de las del resto de Asia, comunica a través del canal informativo de televisión Asia News el inicio de la reestructuración de los recursos humanos de la corporación, lo que va a significar la conclusión de los contratos de empleo de más de cien millones de trabajadores que serán sustituidos por un ejército de androides, sin derechos laborales, sin sueldo, sin vacaciones y lo más importante, sin sindicatos que los represente.


Treinta y cinco días después en Rusia, un comunicado similar a cargo de otro gigante de la industria, mandará al paro a la mitad de los trabajadores rusos, cerca de cincuenta millones de obreros. Tanto el Gobierno de la Nueva China como el de la Unión de Estados Rusos, dejan discurrir los acontecimientos con la vana esperanza de que las aguas vuelvan a su cauce. Pero eso no ocurrirá y en pleno agosto comienzan las revueltas más sangrientas, después de que una manifestación de antiguos empleados de la cadena de comida rápida Shangai Burguer sea reprimida por unidades drom, dejando sobre las calles de Pekín más de veinte mil cadáveres.


La noticia de los asesinatos recorren las redes sociales y el pueblo chino se moviliza con una violencia inusitada. Desde los servicios secretos españoles y forzados por el cumplimiento de la ley de asistencia militar a las poblaciones civiles, se hace llegar a los activistas chinos un software vírico con el que se induce al suicidio a las máquinas y robots de guerra chinos, sólo han de infestarlos por el medio que tengan disponible bluetooht, internet o transferencia nodular. En pocas semanas el caos toma el poder en las calles de la gran mayoría de ciudades donde aún no habían estallado motines por la avaricia de las corporaciones y la estulticia de los gobernantes.


Rusia acompañará como una sombra los acontecimientos chinos, la sangre de los ricos y los gobernantes se verá derramada y mezclada con la de los iracundos ex trabajadores, museos, palacios, dumas, prisiones y fastuosos edificios de corporaciones arden en llamas. Los tribunales revolucionarios ordenan ejecuciones sin parar, hay días que el río Moscova baja rojo por la cantidad de ejecuciones a sus orillas. Los cadáveres no se entierran son arrojados a las aguas que ahora llegan a la capital rusa templadas, para subir su temperatura de tanto fusilamiento, algunos días más de cinco mil.


Entre tanto a la orilla del Tíber otro río histórico, en la ciudad de Roma, Jesús el Nazareno habla a una multitud que le escucha, sus palabras son una oración, una súplica al Sumo Creador para que se apiade de las almas que llegan a su reino de los cielos. Su oración se vuelve rota mientras las lágrimas se derraman por sus mejillas. Cae en éxtasis y hunde sus rodillas en la tierra frente al agua que discurre como siempre, como desde el principio de los tiempos. Un murmullo recorre a las gentes que también han puesto sus rodillas al suelo. De pronto, al cielo que estaba cubierto se le abre una brecha entre las prietas nubes y un rayo de sol atraviesa el cielo y envuelve la figura del hombre que se dice Hijo del Padre, sigue vistiendo las mismas ropas con las que bajó del Monte de los Olivos hace ya quince años y siguen nuevas e inmaculadas. Igual que se abrió el cielo, se vuelve a cerrar, las nubes se oscurecen y un coro de rayos con sus truenos se adueña del prado frente al río. La lluvia comienza y un frío viento azota a los presentes que empiezan a huir en desbandada cuando el agua arrecia y se acompaña de pedrisco que hiere a los que no corren a refugiarse.


Jesús no se inmuta y su cara solo se moja por las lágrimas que aún derrama. Uno de sus adeptos, que antes era llamado Su Santidad, el tal Judas le coge su brazo para que se levante; lo hace y le mira a los ojos. Mi amigo, mi amado. Si Señor, dime. El tiempo se ha cumplido, los jinetes del apocalipsis ya están en los aires, ya vienen a sembrar la muerte por doquier. Ahora ya no es nuestro tiempo, ahora es el tiempo de la rendición de cuentas. Pero ¿todo se acabará, Señor? Todo no, mi Padre en su infinita sabiduría ha dispuesto salvar de nuevo a la Humanidad, y ya hace tiempo mandó a un hombre sabio, confió en él la construcción de un Arca, un Arca para una renovada Alianza, como ves mi amigo, mi amado Dios no perdió toda la esperanza en esta humana especie que tanto ama.

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